Margarita Serrano
a las
I. Hablar de abrazos en la actualidad, viene como anillo al dedo.
Según la Psicología, el abrazo es el gesto más natural del cuerpo humano para proteger la salud, no solo mental. Parece ser que abrazar conlleva muchos beneficios:
-incrementa la confianza y seguridad,
-reduce los sentimientos de enfado y apatía,
-favorece la felicidad y mejora el estado de ánimo,
-fortalece el sistema inmunitario,
-reduce el riesgo de padecer demencia,
-rejuvenece el cuerpo,
-disminuye la presión arterial…,
entre otros.
El abrazo en algunas culturas desempeña un papel muy importante, casi determinante, por querer expresar un sentimiento de unión, acogida, aceptación, creando así lazos entrañables entre los seres humanos.
El abrazo es un lenguaje que vale la pena descifrar, ya que reemplaza a las palabras para expresar aquello que ellas no pueden. Pero no tiene por qué ser siempre físico y hay algunos tan especiales que tienen el poder de transformarlo todo.
II. Había una vez, un joven llamado Francisco al que se le podría definir como «el hombre de los abrazos» porque supo vivir abrazando realmente a todos y a todo.
No iba por el mundo arrojándose a los brazos de todos los que se encontraba, no es eso. Él recibió el más grande de todos los abrazos y fue el comienzo de un nuevo estilo de vida al que se entregó por completo.
Muy pronto se le unieron personas de todo tipo, a los que llamó «hermanos» y recibió a todos, abrazó a todos sin excluir a ninguno, con tal que esa nueva forma de vida les interesara de verdad. 
Si lo hacían, ya no había condiciones. Todos ellos no guardaron sus abrazos para sí. Se lanzaron a los pueblos para ofrecer lo que vivían: el amor y el abrazo como escucha fraterna, el espíritu de una nueva forma de entender la civilización. Desde aquel abrazo que Francisco recibió, y el que él más tarde dio a un leproso, comprendió que las dolencias del alma son tan importantes como las del cuerpo y que ambas se curan mejor desde el abrazo ofrecido y el respeto hecho escucha.
Había visto su propia vida abrazada sin igual y quería repetir esa terapia con toda persona que sufriese. Sin duda que le dio grandes resultados, y el dolor de la gente sencilla menguaba cuando los hermanos los envolvían en sus abrazos sin doblez. 
Tan potente era la fuente de la que brotaban aquellos abrazos, que éstos se extendían no solamente a las personas, sino incluso al resto de las criaturas. El sol, la luna, la tierra, las plantas, los animales, el agua, el fuego, eran de verdad «hermanos».
Tuvo mil motivos para renegar de su grupo, cuando algunos ambicionaban caminos de gloria y de poder que no eran los marcados. Pero no lo hizo, no se cerró a ninguno, no dejó de escuchar ni al que le negaba a él el derecho a hablar. Su abrazo a los hermanos y a todos, estaba hecho de sufrimiento y dolor. Él siguió igual que al comienzo porque creía firmemente que si rompía, su fraternidad ya no tendría sentido.
¿Qué le ocurrió? De ser hombre de vida disipada, pasó a ser hombre de abrazos abiertos, de escucha y respeto, de búsqueda, de encuentro con todos, eso es lo que fue Francisco; lo que enseñó, lo que dejó como legado, como espíritu y estilo de vida que para siempre llevará el nombre de su ciudad, Asís.
Una historia entrañable en el presente, el extremo que estamos viviendo indudablemente trastoca el libre desenvolvimiento de la personalidad y se ha convertido a las personas en títeres de las luchas políticas dentro de sus fines sociales y económicos.
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